Microrrelato Las brujas
Las brujas
La luna llena iluminaba el bosque, creando sombras misteriosas entre los árboles centenarios. En una pequeña cabaña, al borde de un claro, la bruja Amelia preparaba una poción en su caldero de hierro fundido. Con cuidado, mezcló hierbas aromáticas, gotas de rocío de la medianoche y un cabello de lobo plateado.
Mientras la poción burbujeaba y cambiaba de color, Amelia recordó la razón por la que había comenzado este conjuro. Quería devolver la vista a un joven ciervo que había perdido sus ojos en un trágico accidente. Ella era la única esperanza para el indefenso animal.
Cuando la poción finalmente adquirió un resplandor plateado, Amelia la vertió en una pequeña botella de cristal y se dirigió al claro donde se encontraba el ciervo. Con una caricia y unas palabras de aliento, aplicó la poción sobre los ojos del ciervo herido. Sus ojos volvieron a brillar con vida, y la criatura saltó de alegría, agradeciendo a la bruja con un elegante gesto de cabeza.
Amelia sonrió satisfecha, sabiendo que la magia podía ser utilizada para el bien, y que en ese momento, ella era el hada madrina de aquel noble ciervo.
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